Monday, February 25, 2013

Un lugar en el mundo


He llegado al parque Nacional Sierra de las Quijadas demasiado temprano. Montando la tienda de campaña siento como el sol brutal insiste en castigar mi piel y tengo que hacer el ensamblaje por etapas, resguardandome a la sombra de un tejadillo construido en la zona de acampada con el objetivo de, supongo, prevenir que los inconscientes campistas mueran de insolación acelerada. La cantidad de bichos voladores es pasmosa, he intentado echar una siesta pero es imposible conciliar el sueño con el revoloteo incansable de estas avispas de tamaño gigantesco que me rondan la oreja como si se tratase del centro comercial de moda. La última vez que acampé fue en Estados Unidos, al principio del viaje. Estoy ahora en Argentina, unos cuantos miles de kilómetros mas lejos… Así que he paseado la maldita tienda y el saco de dormir por toda centro y Sudamérica como quien pasea un perrito con ansias de ver mundo. No se si por vagancia o por miedo a la inseguridad que no he decidido a acampar hasta rodar en suelo argentino. Posiblemente sea una ilusión fantasiosa pero en este país me siento mas seguro que en ninguno de los que he pisado en mi viaje. Me recuerda mas a España, creo, y quizá sea esa la razón por la que me siento mas protegido. Menuda estupidez por otra parte, pues ni España es un lugar mas seguro que ningún país de Sudamerica y yo ni siquiera vivo en España. En fin, el caso es que aquí estoy, acampado y esperando a que el violento astro se ponga y me ofrezca una maravillosa y enternecedora puesta de sol en el mirador del parque, el mismo sitio donde el personaje encarnado por Federico Luppi en la película "Un lugar en el mundo" sintió haber encontrado su lugar.


Federico Luppi (Mario) en "Un Lugar en el Mundo"
De hecho esa es la razón fundamental por la que he parado aquí. Sin duda las A.A.G. (Avispas de Aspecto Gigantesco) no es lo que me ha movido a visitar el parquecito de marras. Resulta que la mencionada película me causó una profunda impresión cuando la vi con mis tiernos y adolescentes ojos, allá por los años 90, y habiéndose rodado en la comunidad de San Luis -Argentina- y pillarme mas o menos de paso en mi ruta hacia Ushuaia pensé que estaría bien visitar los lugares donde se creó esta fábula mitad historia romántica-mitad panfleto socialista que tanta mella hizo en el joven corazoncito de Don Solaris. Después de dejarme mis bellísimas retinas operadas a punta de láser en la pantalla del portátil buscando un maldito forum de frikis cinéfilos en el que se especificaran las localizaciones de la filmación y una guía paso a paso de como llegar, no encontré mas que el nombre de un pueblo. Entusiasmado por al menos saber de uno de los lugares donde Aristarain rodó su historia, enfilé mi paciente trasero y a mi querida Roro a la comunidad de Santa Rosa del Quinlara. 


Ernesto y Hans celebran ganar la carrera al tren.
Allí, Ernesto -el protagonista y voz en off- hacía carreras con su caballo Duncan al tren, consistiendo este entretenido pasatiempo en hacer galopar a la pobre bestia en una pista de tierra paralela al sendero férreo, con el sano objetivo de llegar segundos antes que la máquina al cruce de la carretera con las vías y pasar al otro lado evitando ser aplastado por el tren por escasos segundos, con el consiguiente cabreo del maquinista y la satisfacción del ganador. Hace 20 años que se rodó la película, y unos 20 años que se dejó de utilizar ese servicio de tren que transportaba a los pasajeros entre la ciudad de Mendoza y Buenos Aires. Las vías están ahora prácticamente escondidas, habiendo sufrido una invasión de insolentes hierbajos y tierra, aunque en algunos sitios todavía sobreviven. La estación permanece todavía en pie, y es ahora la casa particular de la familia Gonzalez. Esta gente encantadora no sólo me dejó entrar en su propiedad para ver la estación, sino que me ofrecieron de beber y hasta la señora de la casa me obsequió con unos huevos puestos por las gallinas que, curiosamente, viven en un corral encima de las vías. Sobra decir que estos son los huevos mas ecológicos-orgánicos-de corral-felices como perdices- que he comido nunca. Al cabo de unos minutos de conversación con esta familia ya me había olvidado de la razón de mi visita. Sí, habían visto la película. Sí, estaban allí cuando se rodó. Pero estaban tan interesados en la historia de mi viaje que el tema de conversación cambió rápidamente de "Un lugar en el mundo" a "Los viajes de Don Solaris y Roro". Al rato, el sol cayó sobre las olvidadas vías de tren y me marché con tres huevos cocidos, un par de melocotones y el corazón un poco mas grande dejando a mi espalda aquella antigua estación de ferrocarril donde el personaje de Hans conoce por primera vez a Ernesto, y 20 años mas tarde yo había conocido a la familia Gonzalez.


La antigua estación de Santa Rosa.

La amabilidad y hospitalidad de la gente me sigue sorprendiendo, y no acabo de entender por qué. Mi experiencia personal desmiente la idea de que todo el mundo, como decía mi antiguo amigo Roberto, son unos hijos de la gran puta desalmados y hay que masacrar a sus crías. Eso lo veo en las noticias todos los días, si, pero no en mi vida cotidiana. Al menos no en este viaje. Me pregunto si la idea de la hijoputez de la gente estará tan marcada a fuego en mi alma que por mucho que mis experiencias personales la contradigan seguirá insistiendo y apoyando la idea hobbesiana "el hombre es un lobo para el hombre", y todo lo contrario no es mas que una rareza y digno de ser admirado como algo excepcional. En cualquier caso me he desviado del tema de este post, la película "Un lugar en el mundo". Decía que es en esa estación donde Hans, encarnado por el gran actor José Sacristán llega por primera vez a la comunidad de Santa Rosa del Quinlara.

Hans, el geólogo.

Hans es geólogo y tiene una luz especial para ver el alma de las piedras (piebras, que diría una antigua profesora mía con un par de tics muy molestos y un par de, en fin, no tan molestas). Mostrándole a un grupo de niños con esa luz ultravioleta el prodigioso interior de las piedras, especifica que con las personas no sirve. En mi opinión Hans no necesita ninguna luz para ver el alma de la gente. El tipo es un cínico de cojones y cree que en un mundo sin escrúpulos "al Sur del río grande", la única opción razonable es luchar por uno mismo. Su facilidad para ver el interior de la gente hace que sus principios cambien, en un día que él califica irónicamente como "un mal día". Hans Envidia a Mario (Luppi) por ser éste un "frontera", es decir alguien que no ha sido corrompido todavía, una persona con ideales firmes y que lucha por ellos cada día. Envidia la falta de cinismo y la voluntad por seguir adelante en un mundo que no hace sino pegarte patadas en dirección opuesta. Le admira profundamente por su coherencia y sus principios, su firmeza y su constancia. Hans se rindió, como tantos hacemos a veces, a esa realidad tan dura que el mundo nos muestra tantas veces: Mas vale que no perdamos el tiempo en otra cosa que preocuparnos por nosotros mismos porque nada merece la pena, la batalla está perdida antes de comenzar. El cinismo es una cualidad que se adquiere con los años. Es lo que en otras palabras definíamos, cuando éramos niños y con ese inaguantable tonito pueril que en las comedias de situación queda tan tierno, como el "hacerse mayor". Es una respuesta muy humana y basada en el instinto de supervivencia, una forma de protegerse contra las hostias que nos propina la vida. Ser idealista cuando uno es joven es fácil. Lo jodido es ser un idealista después de haber recibido bofetada tras bofetada durante varios años seguidos. Por eso no hay tantos "fronteras" en el mundo. Es demasiado doloroso. 

Mario, en el paraje árido y desolado de San Luis, afirma haber encontrado su lugar en el mundo. Esa última escena fue la que Aristarain rodó en el parque de las Quijadas, donde hoy llegué y el sol me abrasó mientras montaba la aburrida tienda de campaña. Hay algo en ese espacio, lejos del lugar de nacimiento de Mario, que le lleva a la conclusión de haber encontrado la tierra donde vivirá el resto de su vida, y donde morirá. La mayoría de la gente muere en el mismo lugar donde nació. No sienten la necesidad de encontrar otro sitio, o mas bien no tienen la capacidad de salir a buscarlo. Bien por comodidad, por razones económicas, familiares o vete tu a saber, la gran mayoría de los seres humanos nacen, viven, se reproducen y -como el Cucal aerosol hace con las cucarachas- mueren en la misma ciudad, y mas de uno en el mismo barrio. Luego hay otros, como el personaje interpretado por Luppi y el que subscribe, que no sienten la ciudad donde nacieron como su lugar. Y deciden probar en otros sitios, en un constante peregrinar por el mundo, en busca de un emplazamiento que les haga sentir "en casa". No se si ese es el propósito de mi viaje, o si es incluso realista pensar que a estas alturas voy a encontrar el sitio ideal que me haga sentir que por fin estoy en casa, que no soy un inmigrante. El problema es que buscando y buscando a uno se le pasa la vida. Pensando en como vivir tu vida, se te pasa la vida. Imaginando, soñando en tu vida ideal se te pasa la vida real y cuando te quieres dar cuenta estás hecho un anciano al que hay que cambiar los dodotis cada vez que se caga encima. Y luego te mueres, y ya. Bueno si, el tema de la vida eterna es un consuelo para los creyentes. Pero bajo el supuesto de que el asunto divino sea una invención humana (y todo indica a que así es) y no haya ni recibimiento de la familia bendita ni banquete celestial ni -en el caso del Islam- putas gratis, uno se muere y punto. La vida se le fue de las manos mientras soñaba con vivir una vida perfecta. 

Algo me da miedo, y es que la vida se me pase buscando mi lugar en el mundo. Además, pensándolo bien, creo que sería una putada encontrarlo, pues una vez allí, que excusa tendría para seguir viajando? 


Don Solaris emulando a Federico Luppi en la Sierra de las Quijadas, San Luis, Argentina.
Roro, como el caballo Duncan.
Hans, Mario y Ernesto.











La hierba va invadiendo las vías.
Luz lunar en un lugar en el mundo.


No comments:

Post a Comment