Monday, December 31, 2012

Reflexiones sobre Navegación, Civilización y Prostitución.


No se si debería escribir hoy, considerando que estoy mas nostálgico que cabreado, y la nostalgia puede acabar llevándome a escribir sobre ex-novias y las navidades de mi infancia, ambos temas extremadamente aburridos para todo el mundo menos para mi, mis ex-novias y el barbudo barrigón pederasta también conocido como Santa Claus. Quedan menos de dos días para el fin del año 2012 y voy a tratar a toda costa de no escribir nada relacionado con la llegada del 2013. Al fin y al cabo para misivas navideñas y sensibleras ya tenemos el facebook, medio altamente valorado y abusado, utilizado principalmente para quejarnos públicamente de todo lo que nos molesta, dar envidia a los amigos con nuestras fotos de las vacaciones y sentirnos un poco menos solos en este mundo que el una vez célebre presentador de los programas Cerca de las Estrellas y Diálogos 3, Don Ramón Trecet, definiría como "asqueroso".

"Busca la belleza, es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo". Esa era la frase con la que Ramón cerraba cada día su programa de radio Diálogos 3, dedicado a explorar las nuevas tendencias musicales alternativas, entonces conocidas como New Age. (luego les llamaron "nuevas músicas", después cambiaron los discos a los estantes mas altos de las tiendas donde nadie alcanza y ahora solo se los puede encontrar en Ebay y en los basureros y colecciones de amantes de lo aburrido -yo todavía tengo por ahí el disco "Enchantment", manda huevos) La famosa frasecita de Trecet se hizo muy popular en mi círculo de amigos del instituto. Como buena panda de arrogantes adolescentes que éramos, nos deleitábamos con cualquier cosa que fuera anti popular, especialmente la música. Nos daba placer ser "diferentes", aunque secretamente deseábamos todo lo que cualquier chaval de 16 años (ponerse hasta el culo de alcohol y ligarse a la niña mas guapa de la clase). En mi caso especialmente, siendo mi estómago reacio a la ingesta de las cantidades industriales de licor 43 con coca cola que eran necesarias para integrarse en un grupo de jovencitos descerebrados en la década de los 90, y mi extrema timidez para relacionarme con cualquier ser vivo excepto las plantas del jardín de mi casa, era en mi persona aún mas patente la necesidad de escuchar programas como Diálogos 3. Todos los días menos los fines de semana, creo recordar, el señor Trecet torturaba los oídos de sus fans durante una hora poniendo discos de grupos raros que aporreaban sintetizadores y protestaban contra la injusticia social. El Viernes por la noche Ramón colgaba el micro de la subcultura elitista de su sobrado programa radiofónico para agarrar el de comentarista en la tele de la NBA -liga profesional de baloncesto norteamericana- y sustituía su frase de la belleza por exclamaciones del tipo de "Magic, hasta la cocina!" o "Jordaaaaan… de tres!". Para los tiernos ojos de un púber que se tomaba demasiado en serio las lecturas de Marx en la clase de filosofía, las dos facetas profesionales de Trecet resultaban cuando menos altamente incompatibles, si no repulsivamente contradictorias: El tipo hablaba de la búsqueda de la belleza con su voz suave y gangosa reproduciendo tonadas místico-electrónicas a las tres de la tarde, y horas después aullaba apasionadamente exaltado a los milagros de la NBA, cuya evidente conexión con el capitalismo y el consumismo imperialista no podía estar mas lejos -pensaba yo- de esa belleza que horas antes animaba a sus radioyentes a buscar. Sin embargo, contradicciones aparte, el dichoso eslogan hizo mella en mi esponjoso cerebro juvenil, comprándose una parcelita entre mis entonces voraces neuronas para quedarse a vivir por un tiempo. Han pasado veinte años desde que escuchaba Diálogos 3 y hacía muchos que no me acordaba de los desvaríos de Ramón Trecet, pero la frasecita de marras me vino a la cabeza hace unos días, cuando Roro y yo nos embarcamos en el catamarán Santana para cruzar el malnacido tapón del Darien. 

La única manera de llevar la moto al barco.
Un poco de información para los que no estén muy puestos en geografía: El Darién es la jungla que separa Panamá de Colombia. Infestada de animalejos varios tipo cocodrilos, narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares sedientos de sangre fresca, no solo no es recomendable -y físicamente casi imposible- intentar cruzarla sino que el ejército de Panamá te manda para atrás cuando te acercas a Yaviza, último pueblo al que llega la carretera Panamericana. Los moteros que quieren llegar a Colombia tienen dos opciones: Avión o barco. Yo opté por el barco Santana, capitaneado por Gisbert Kroczek, también conocido como "Gilberto". El Santana no solo transporta a gente y motos a Cartagena de Indias en Colombia, sino que entretiene a los clientes con un tour caribeño por el archipiélago de San Blas, para luego pasar dos días en alta mar hasta llegar a Cartagena. Cruce del Darién y tour por el Caribe, y mas barato que en avión? Cuenten conmigo. Y así, tras sudores y algo de tensión para subir a la Roro en el barco -incluyendo subirla a pulso primero a una barquita con motor fueraborda y después con una soga al puente del catamarán-, comenzó mi aventura náutica que dejaría atrás Centroamérica y me llevaría a la segunda parte de mi viaje, el continente Sudamericano.

La Roro convertida en moto de agua.
En el mar las horas pasan despacio. Al principio todo es excitación y jolgorio por lo nuevo de la experiencia, el sabor del caribe, las islas diminutas del archipiélago de San Blas y lo pintoresco de los indios Kuna que te piden dos dólares para tomar el sol en sus playas. Pero después, cuando el capitán pone rumbo a Cartagena y el catamarán Santana enfila las aguas del mar abierto, las cosas cambian. La excitación se torna en tedio. La mar, en infinita. El tiempo, cansino. Para vencer la monotonía me entretengo tomando las mil y una fotos de las mochileras en bikini que, por una vez en todo su viaje, huelen decentemente después de untarse indiscriminadamente de crema de protección contra el sol. Cuando me canso de jugar a fotógrafo del Playboy me dedico a intentar ligar con la que me resulta mas apetecible, aunque esto por supuesto cambia a medida que los días pasan. Es bien sabido entre los hombres que el atractivo de una fémina es directamente proporcional al tiempo que pasas con ella en un lugar aislado. Es decir que, después de tres días de reclusión en el barco, cualquier pedazo de carne con dos tetas se convierte en Miss Universo y puebla los sueños húmedos del mas duro de los marinos. Mas aún cuando, como fue el caso, la señorita goza de un evidente parecido a una de mis musas de todos los tiempos, Sue Lyon, la famosa Lolita en la versión cinematográfica que Kubrick realizó de la novela del gran Nabokov. 

Sue Lyon, "Lolita".
Jugando a ser "Humbert Humbert", "Don Solaris Don Solaris" lo tuvo complicado para seducir a esta moderna nínfula del siglo XXI, que si bien estaba bastante mas crecidita que mi adorada Dolores Haze, compartía con ella una encantadora inmadurez post-adolescente y el gusto por los chupa-chups y las piruletas de colores. Confirmando evidentes clichés de Lolita consentida, que provocaron que hasta el mismo Vladimir se revolviese en su tumba, esta Dolores holandesa me maltrató durante un par de noches dejando que la tocase un poco pero no demasiado. Cuando me harté del jueguito, y una vez agotado el entretenimiento esencial de la fotografía de bikini, no me quedó otra que sentarme y observar el firmamento. 

Centrar en un punto lejano la vista, y el silencio, es la mejor manera de encender el mecanismo que cierra el presente para transportarte al pasado. Ah, la memoria, esa grandísima golfa que siempre aparece para terminar de joderte el día. La memoria es como una puta barata francesa. Puta, por el corto placer que te da y la larga desolación que le acompaña después. Barata, porque no hace falta mucho para que se presente. Y francesa, a riesgo de ofender a nuestros vecinos del norte, porque huele a limpia pero está mas sucia que mis pantalones después de dos meses de viaje sin que toquen otro agua que las lluvias del caribe. 

Cinco días en el mar.
Durante estos cinco días de navegación esta malnacida profesional de la lujuria y las lágrimas se ha presentado mas de una vez a hacerme compañía. La memoria, quizá a modo instintivo de conservación, rara vez trae recuerdos negativos. Como buena profesional del placer, siempre viene cargada de recuerdos entrañables y amorosos. Y los pocos traumáticos que lleva los modifica suficientemente para convertirlos en poco mas que anodinos, aburridos. Pero la mayor parte del tiempo te visita con los brazos cargados de imágenes del pasado que, por el mero hecho de pertenecer al pasado, son mejor acogidas y mas valoradas que el presente. Todo el mundo sabe que tiempos pasados siempre fueron tiempos mejores. Es la manipulación de los recuerdos que hace la fulana de la memoria, convenciendo al portador de que el presente nunca es tan bonito, tan feliz, tan entretenido ni tan divertido como el pasado. Hasta los momentos mas jodidos de tu vida se recuerdan con cierto toque de nostalgia y romanticismo, Bueno, al menos a mi me pasa, pero también es cierto que yo estoy un poco mal de la cabeza. Sin llegar a extremos, diría que funciona así en la mayor parte de la gente. Esto no suele ser un problema en la vida diaria porque uno está demasiado ocupado en no llegar tarde al trabajo, soportar las idioteces del jefe y los compañeros del curro, aguantar el mal olor de los pobladores del metro de vuelta a casa, alimentar a sus crías y perder unas cuantas decenas de neuronas frente al televisor. Pero si tienes tiempo para no hacer nada -que básicamente es lo que se hace en un barco cuando uno viaja como huésped- entonces la visita al burdel de la memoria es casi constante. Y digo "casi", porque hasta la mas refinada prostituta se retira cuando no queda dinero para pagar sus servicios. Y, a mitad de camino, mi mente se quedó sin fondos para alimentar la avaricia de la cortesana de los recuerdos. Es entonces cuando pensé en la frase del señor Trecet "Busca la belleza…"

Y me di cuenta de que llevo buscando la belleza desde mis insufribles años adolescentes, y en todas sus formas. He buscado la belleza en el audiovisual, de ahí mi pasión por el cine y mi profesión. La he buscado en la música, y por eso aprendí a tocar el piano y a rascar malamente la guitarra. Busco la belleza también en el arte, y de ahí mis dos años de trabajo en el documental sobre el maestro Julio Alpuy, que todavía busca distribución. He buscado la belleza siempre en la mujer, un ser que me fascina por dentro y por fuera, y al que debo mi afición por la infidelidad, sueños rotos y algún que otro tatuaje. Y sobre todo, busco cada día la belleza en la carretera, encima de la moto (Roro, ser especialmente bello al que adoro). No confundamos por favor "belleza" con "felicidad". La belleza es algo tangible que se percibe con los cinco sentidos. La felicidad es un estado alterado de conciencia que no nos deja pensar ni analizar la realidad en la que vivimos. Es por eso que los gobiernos siempre le dieron al pueblo herramientas para ser felices y así poder manipularlo, pero esas herramientas nunca fueron demasiado bellas (Ni los gladiadores romanos ni las telenovelas son espectáculos que yo calificaría como "bellos"…)

Pero buscar no es encontrar. Ya lo decía un anuncio de televisión de los años 80, en el que una tipa embutida en un traje de cuero se apeaba de la moto -coincidencias de la vida- y, bajándose un poco la cremallera del escote, decía algo así como "Hay algo mejor que buscar: Encontrar". Nunca se supo realmente que buscaba esta mujer encuerada y la relación de su plástico encanto con el perfume que vendía el anuncio, pero la premisa quedaba clara: Buscar mola, pero encontrar es la hostia. En algunos momentos he encontrado la belleza. Han sido sin embargo momentos aislados, fugaces. Pero fue en ese catamarán, en medio de la nada, sin tierra a la vista y todo el pasaje durmiendo, que la belleza que encontré fue mas patente, mas cercana, mas un estado de "ser" que un estado de "observar". Una especie de Nirvana, que dirían algunos. La última vez que sentí algo así fue en el desierto del Sahara, también un mar, pero de arena. Cuando por fin arribamos a las costas de Cartagena de Indias, observé en la tripulación de mochileros y moteros una tonificante felicidad por llegar a tierra firme. Incluso mi Lolita dejó de mascar chicle por unos momentos. Pero para mi, después de cinco días de paz en el mar fue duro llegar a la civilización. Ruido, tráfico. Putos taxistas que tocan el claxon como si les fuera la vida en ello. Gente, muchedumbre de turistas y locales caminando quien sabe a donde. A las dos horas de llegar ya estaba echando de menos el mar. Quise salir echando hostias de ahí para, si no encontrarme de nuevo en la quietud de alta mar, por lo menos estar rodeado de montañas en la carretera abierta. Desgraciadamente por ser Nochebuena no pude sacar el seguro obligatorio para la moto -gran negocio de los países centro y sudamericanos- y por lo tanto tuve que quedarme a la fuerza en dique seco. Es curioso como puedo ser tan social y a la vez no aguantar a la gente. Disfruto en la moto cuando no hay nadie a mi alrededor, cuantos menos coches mejor, si es un desierto perfecto. El mar tiene todo lo perfecto que puede tener una carretera en el desierto, con la ventaja de que no tienes que andar preocupado por quedarte sin gasolina. Por supuesto esto es el punto de vista romántico de la navegación, la realidad es bastante mas dura. Pero lo esencial, lo que mas me sedujo de esta experiencia, es que en mar abierto no tienes que buscar la belleza, porque ya está ahí, delante de tus ojos. Será que en vez de motero debería hacerme marinero?

En cualquier caso, abandoné el medio acuático y estoy otra vez en la carretera, otra vez buscando la belleza. Con el tiempo he entendido lo que Trecet quería decir y lo equivocado que estaba yo cuando lo consideraba incompatible con su profesión de comentarista de la NBA. Porque todo aquel que ha visto a Jordan volar ha visto la belleza. Por no hablar de los pases de Magic o los ganchos de Abdul Jabbar. Al final y muy en contra de mis principios voy a tener que escribir algo relacionado con el año nuevo, me jode pero es lo que me sale ahora mismo: Si has tenido la paciencia de leer hasta aquí, creo que tienes la paciencia necesaria que requiere la búsqueda de esa belleza de la que hablaba Ramón en Diálogos 3, y te animo a encontrarla en este año que entra el 2013. Y así el mundo será un poco menos asqueroso y la puta de la memoria no te hará visitas tan frecuentes. En suma, que disfrutes del presente, que al fin y al cabo es lo único que existe, aunque nos pese.

Don Solaris, marinero.


Al timón.










Una soga.

Fantasías caribeñas.


Perfecto para un anuncio de cerveza.


Bikinis y mochileras.




Gilberto, el capitán. Una sonrisa con buen y mal tiempo.


Belleza doble: Mujer en primer término, Darién al fondo.

Un sueño para Humbert Humbert.




Otro.

Y otro.


La tempestad se acerca, pero el Santana aguanta lo que le echen.

Dandole la espalda al tapón del Darién.

Lolita llegando a Cartagena de Indias.


Con Gilberto a la llegada a Colombia.

Eso sí es un traje de lluvia y no mi chupa de moto.




Lo que me jode que me hagan una foto y salga mejor que la que estoy haciendo.


Roro preparándose para zarpar.

Ya perdí una GoPro, así que vamos a ver si pierdo la segunda.



"Busca la belleza, es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo"






Thursday, December 13, 2012

El arca perdida y los besos de Marion.


A los 18 años recién cumplidos me saqué el carné de conducir. Mi madre no se creyó que me lo hubiera sacado a la primera, lo que por un lado me llenó de orgullo y por otro me cabreó bastante. Que la misma mujer que me parió con sudor y lágrimas dudara de mis habilidades automovilísticas me ofendió un poco, aunque he de decir que su desconfianza se vio dolorosamente confirmada cuando le destrocé el coche en un viaje volviendo de Portugal, en una curva que quizá hubiera debido tomar un poco mas despacio. Independientemente de mi evidente inexperiencia al volante, una constante sucedía cada vez que me subía a la máquina: Unas irresistibles ganas de seguir adelante, hacia el final de la carretera, persiguiendo el horizonte. Durante muchos años he intentado psicoanalizarme a mi mismo para entender esta urgencia del marchar siempre. La huida, el miedo, la aventura, la fantasía, la masturbación mental y varias otras razones se me han ocurrido como posibles causas de esta mi obsesión por la carretera. Al final lo he aceptado como algo que tiene que ver con mi naturaleza y ya no le doy mas vueltas. Quizá un profesional me hubiera tumbado en el diván y habría conseguido ahondar en lo mas profundo de mi infancia para encontrar el terrible trauma que es el causante de todo, y después de varias sesiones y unos cuantos cientos de euros menos en mi cuenta, consiguiera extirpar de mi interior este "problema" que es el incansable amor por la ruta. No sólo por razones económicas sino porque no me sale de los cojones que me extirpen nada, me quedo con mi trauma y esta obstinada necesidad por seguir adelante.

Algo ha cambiado, sin embargo, en estos 19 años desde que la ley me permitió manejar una máquina que me lleve algo mas rápido que una bicicleta. Ahora vivo en dos mundos: El mundo de la comodidad -mi ciudad, mi casa, el sofá, el trabajo sencillo y bien remunerado-, y el mundo de la aventura -la carretera, la moto, la inseguridad, el miedo, la emoción, la sangre, la diarrea-. Uno es incompatible con el otro. Y a la vez se complementan, pues no puedo vivir sólo en uno de ellos. Esto no tendría por que ser ningún problema, el mismísimo Indiana Jones tenía sus temporadas de profesor aburrido con gafas, hasta que le llegaba un alemán con mala hostia que le despertaba y le ponía las pilas.

Ahí también duele.
Pero a diferencia del Jones, que sabía cuando estaba en clase y cuando andaba de peleas y corriendo delante de bolas gigantes, y no mezclaba los dos mundos ni siquiera cuando Marion le daba besitos tiernos en el camarote del barco, a mi se me entrelazan lo cómodo y lo aventurero con demasiada frecuencia. Me he dado cuenta de ello después de diez días de compartir viaje con Mike. También me pasó un poco con Búfalo y Alicia, pero con ellos solo estuve tres días. Me hubiera gustado compartir mas kilómetros con ellos pero iban a un ritmo distinto al mío.


Mike y Don Solaris, en la frontera.
Mike es un americano encantador que un día hace un par de meses decidió que se compraba una moto -su primera moto- y se iba a recorrer centro América, con dos cojones. Me lo encontré en la frontera con El Salvador y nos caímos bien, así que cruzamos juntos El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Esto es algo inusual pues normalmente no me gusta rodar con gente mas de un par de días seguidos. A veces, pocas, uno tiene la suerte de encontrar un compañero de viaje compatible. El problema de viajar con alguien es que es cómodo, fácil, seguro. Te lleva de vuelta a ese mundo que habías abandonado cuando arrancaste la moto el primer día del viaje. La aventura se dulcifica, se hace tranquila. Es un poco como volver al sofá. Llevar a alguien delante en la carretera, que abre camino, que sirve de guía (sobre todo cuando él tiene GPS y tú tienes un mapa roñoso borrado por la lluvia), es confortable. Los agujeros de la carretera se ven antes, los topes llegan con aviso, las curvas cerradas no lo son tanto pues ya sabes la velocidad a la que tomarlas. Es como llevar a un copiloto a tu lado que te va dando instrucciones, pero sin el coñazo de recitartelas al oído como le hacía Luis Moya al pobre Carlos. Al llegar a una ciudad, en los barrios de dudosa seguridad siempre da mas tranquilidad estar con alguien. Perderse no es tan dramático cuando alguien se pierde contigo. Por no hablar del increíble estrés de cruzar las fronteras. Siendo dos, la tensión desaparece… Y con ella parte de la aventura. Y eso es lo negativo del "mundo cómodo".

En el "mundo cómodo" (cuando uno viaja acompañado) la interacción con la gente local -que en mi opinión es una de las razones mas importantes para viajar- disminuye notablemente y se convierte en una opción, no en una necesidad. A veces es necesario perderse para conocer algo nuevo. Con un compañero de viaje es mucho mas improbable acabar perdido en medio de la nada, pues son dos cerebros, dos mapas y al menos un GPS ayudando a que eso no pase.

El copiloto delante, y Roro detrás.
Pero lo verdaderamente negativo del mundo cómodo no es todo esto. La verdadera putada que el mundo cómodo nos hace es que nos acerca a la felicidad. La felicidad tiene mucho que ver con la seguridad. Es difícil ser feliz cuando uno no sabe si le va a caer un misil en la cabeza cada día (algo que tanto los Palestinos como los Israelitas saben bien. Bueno quizá un poco mas los Palestinos, pero no entremos en polémicas). Y por qué debería preocuparme el estar mas feliz? Porque la felicidad y la confortabilidad son enemigos de la creatividad. Hala, todo el mundo a ofenderse ahora y a ponerme ejemplos de artistas que eran muy felices y a la vez podían crear grandes obras maestras. Hablo de la felicidad como el equilibrio interior, como la falta de conflicto emocional. Claro que uno puede estar feliz con su trabajo y su familia y sus hijos y su coche y su chalé en Torrevieja y a la vez poder crear algo interesante. Pero si no hay conflicto interno no hay creación dramática. Es por eso que Julio Alpuy, artista Uruguayo y gran amigo al que echo de menos demasiado, decía que el verdadero, el auténtico y sincero artista, es siempre un solitario. Y no se refería a la soledad como la falta de amigos (él tenía muchos y muy buenos), sino a una soledad interior, una desolación espiritual. Entonces, cuando uno está cómodo, o digamos mas bien para no ofender, hablando sólo de mi, cuando estoy más cómodo y más seguro mi capacidad creativa disminuye demasiado. Se me quitan las ganas de ponerme delante del teclado, de la cámara o de la sala de edición. No es que no pueda, si uno se pone la inspiración llega. Es que no tengo energía, estoy demasiado ocupado estando cómodo. Los grandes genios, como Woody Allen, trabajan todos los días. Pero el maestro Woody no es precisamente el paradigma de la felicidad, lo que de alguna manera confirma mi teoría... 

Es por todas estas razones que llevo muchos días sin escribir ni grabar nada medio decente. De todas formas no me viene de sorpresa, ya sabía que me pasaría. Lo bueno de cumplir años es que uno se va conociendo. Lo malo, claro, es que cada vez me soporto menos. En cualquier caso yo ya sabía que durante el tiempo que compartiese con este gran tipo con el que he cruzado casi toda Centro América no estaría demasiado inspirado para nada creativo. Y no me importa, creo que la experiencia de viajar con alguien, especialmente cuando uno va en moto, es positiva en muchos otros sentidos. Quería vivirla y ya. Cual es el problema entonces? Que el mundo cómodo es muy adictivo. La misma razón por la que los animales no huyen del zoo (excepto los bobalicones de la película de animación esa que no aguanto). Y ahora echo de menos esa comodidad. No tener al copiloto dictando instrucciones me hace sentir inseguro otra vez. Creo que respetaría más a Jack London si hubiera escrito un libro titulado "La llamada del sofá" en lugar de "la llamada de la selva". Con una guía interactiva de como huir del tresillo y empezar a vivir.

Me he preguntado muchas veces el por qué de esta presión que siento por crear. No se si es una necesidad real o es mi búsqueda personal de aceptación, de valoración, de que se me considere algo diferente e importante. No estoy seguro de si lo que busco es una palmadita en la espalda que me haga sentir bien, o verdaderamente necesito sacar algo de mi, expresar mis movidas mentales, o intentar fijar la belleza en una imagen fija o en movimiento. Sea lo que sea, es una forma de esclavitud. También es una forma de libertad, lo que hace las cosas incluso mas jodidas. Como puede un esclavo huir, cuando esa esclavitud es en si misma su propia libertad? No hay solución. La creación te da alas, pero tu juicio de valor sobre tu propia creación te encarcela. Porque no es posible estar satisfecho nunca. Werner Herzog hablaba de esto muy claramente en el documental "Mi enemigo íntimo", que cuenta su relación con Klaus Kinski. Decía que no importa lo que haga, él nunca estará satisfecho con su obra. Eso, en el mundo del arte, es normal. Cuando se extrapola a la vida, al día a día, es una putada. Cuando no estás nunca satisfecho con tu vida, mal asunto. Y cuando además te sientes avergonzado por incluso pensar en estas paridas cuando en el mundo millones de personas se mueren de hambre, peor aún. Hay como una obsesión imperante en el mundo "desarrollado" por encontrar la felicidad. Pero claro, la felicidad del primer mundo es distinta a la del tercer mundo. Cuando no hay que comer, la felicidad es tener comida. Cuando hay comida, la felicidad es que te guste la comida y después echarte una siestecita viendo en la tele el National Geographic. Yo pertenezco, afortunadamente y por ese ganar la lotería que es que te toque nacer en Europa, a la minoría que puede decidir qué comer y que reportaje de animalitos ver durante la siesta. Y sin embargo, desgraciadamente, la urgencia por crear algo importante acaba siempre dando al traste con mi siesta y mis leones lujuriosos corriendo por la sabana detrás de la gacela. Es una maldición. Mas aún cuando el puto mac es de la prehistoria y tarda dos días en recomprimir lo grabado con la 5D.

El equilibrio, Don Solaris, el equilibrio, que me diría mi amigo Rafa. Difícil de encontrar, ese equilibrio. Mañana haré 6 horas en la carretera para llegar a Ciudad de Panamá. Tendré que imaginarme que hay otro Don Solaris delante de mi, abriendo camino, guiandome para tomar las curvas a la velocidad adecuada y advirtiendo de los agujeros en la calzada. Quizá sea esa la manera de encontrar el equilibrio: desdoblarme. Dos es mejor que uno. El Don Solaris de delante cuida del Don Solaris de detrás, y el de detrás provee de la locura y la inconsciencia necesaria para disfrutar el viaje. Así quizá sea mas fácil ser como el Indiana Jones, y encontrar el arca perdida a la vez que disfruto de una siestecita con la Marion encima. Coño, eso sí es vida.




En Nicaragua
Don Solaris adelanta

Con el Búfalo y Alicia Sornosa.



















Salió así de casualidad. O quizá no.











Momentos fronterizos sin estrés y con helado.
En el ferry hacia Ometepe, Nicaragua.
Roro y yo, orgullosos de montar en nuestro primer ferry.





Panamá, costa del Pacífico.
Panamá, costa del Atlántico.

Entrar en un nuevo país después de los papeleos de aduana, una victoria.
El Tunco, El Salvador.
Por una vez unas sandalias no me dieron asco.

Tierra volcánica. El Salvador.

Pues eso, entrando al país.
Roro haciendo amigos

Mike arreglando su BMW.


Por si hace falta una manita.

Rezando en la frontera, o suplicando?



Lluvias en Costa Rica.
Mike abriendo camino, y de verdad.




Roro y yo solos otra vez. Todo seguido, no tiene pérdida: Ushuaia.