Monday, December 31, 2012

Reflexiones sobre Navegación, Civilización y Prostitución.


No se si debería escribir hoy, considerando que estoy mas nostálgico que cabreado, y la nostalgia puede acabar llevándome a escribir sobre ex-novias y las navidades de mi infancia, ambos temas extremadamente aburridos para todo el mundo menos para mi, mis ex-novias y el barbudo barrigón pederasta también conocido como Santa Claus. Quedan menos de dos días para el fin del año 2012 y voy a tratar a toda costa de no escribir nada relacionado con la llegada del 2013. Al fin y al cabo para misivas navideñas y sensibleras ya tenemos el facebook, medio altamente valorado y abusado, utilizado principalmente para quejarnos públicamente de todo lo que nos molesta, dar envidia a los amigos con nuestras fotos de las vacaciones y sentirnos un poco menos solos en este mundo que el una vez célebre presentador de los programas Cerca de las Estrellas y Diálogos 3, Don Ramón Trecet, definiría como "asqueroso".

"Busca la belleza, es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo". Esa era la frase con la que Ramón cerraba cada día su programa de radio Diálogos 3, dedicado a explorar las nuevas tendencias musicales alternativas, entonces conocidas como New Age. (luego les llamaron "nuevas músicas", después cambiaron los discos a los estantes mas altos de las tiendas donde nadie alcanza y ahora solo se los puede encontrar en Ebay y en los basureros y colecciones de amantes de lo aburrido -yo todavía tengo por ahí el disco "Enchantment", manda huevos) La famosa frasecita de Trecet se hizo muy popular en mi círculo de amigos del instituto. Como buena panda de arrogantes adolescentes que éramos, nos deleitábamos con cualquier cosa que fuera anti popular, especialmente la música. Nos daba placer ser "diferentes", aunque secretamente deseábamos todo lo que cualquier chaval de 16 años (ponerse hasta el culo de alcohol y ligarse a la niña mas guapa de la clase). En mi caso especialmente, siendo mi estómago reacio a la ingesta de las cantidades industriales de licor 43 con coca cola que eran necesarias para integrarse en un grupo de jovencitos descerebrados en la década de los 90, y mi extrema timidez para relacionarme con cualquier ser vivo excepto las plantas del jardín de mi casa, era en mi persona aún mas patente la necesidad de escuchar programas como Diálogos 3. Todos los días menos los fines de semana, creo recordar, el señor Trecet torturaba los oídos de sus fans durante una hora poniendo discos de grupos raros que aporreaban sintetizadores y protestaban contra la injusticia social. El Viernes por la noche Ramón colgaba el micro de la subcultura elitista de su sobrado programa radiofónico para agarrar el de comentarista en la tele de la NBA -liga profesional de baloncesto norteamericana- y sustituía su frase de la belleza por exclamaciones del tipo de "Magic, hasta la cocina!" o "Jordaaaaan… de tres!". Para los tiernos ojos de un púber que se tomaba demasiado en serio las lecturas de Marx en la clase de filosofía, las dos facetas profesionales de Trecet resultaban cuando menos altamente incompatibles, si no repulsivamente contradictorias: El tipo hablaba de la búsqueda de la belleza con su voz suave y gangosa reproduciendo tonadas místico-electrónicas a las tres de la tarde, y horas después aullaba apasionadamente exaltado a los milagros de la NBA, cuya evidente conexión con el capitalismo y el consumismo imperialista no podía estar mas lejos -pensaba yo- de esa belleza que horas antes animaba a sus radioyentes a buscar. Sin embargo, contradicciones aparte, el dichoso eslogan hizo mella en mi esponjoso cerebro juvenil, comprándose una parcelita entre mis entonces voraces neuronas para quedarse a vivir por un tiempo. Han pasado veinte años desde que escuchaba Diálogos 3 y hacía muchos que no me acordaba de los desvaríos de Ramón Trecet, pero la frasecita de marras me vino a la cabeza hace unos días, cuando Roro y yo nos embarcamos en el catamarán Santana para cruzar el malnacido tapón del Darien. 

La única manera de llevar la moto al barco.
Un poco de información para los que no estén muy puestos en geografía: El Darién es la jungla que separa Panamá de Colombia. Infestada de animalejos varios tipo cocodrilos, narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares sedientos de sangre fresca, no solo no es recomendable -y físicamente casi imposible- intentar cruzarla sino que el ejército de Panamá te manda para atrás cuando te acercas a Yaviza, último pueblo al que llega la carretera Panamericana. Los moteros que quieren llegar a Colombia tienen dos opciones: Avión o barco. Yo opté por el barco Santana, capitaneado por Gisbert Kroczek, también conocido como "Gilberto". El Santana no solo transporta a gente y motos a Cartagena de Indias en Colombia, sino que entretiene a los clientes con un tour caribeño por el archipiélago de San Blas, para luego pasar dos días en alta mar hasta llegar a Cartagena. Cruce del Darién y tour por el Caribe, y mas barato que en avión? Cuenten conmigo. Y así, tras sudores y algo de tensión para subir a la Roro en el barco -incluyendo subirla a pulso primero a una barquita con motor fueraborda y después con una soga al puente del catamarán-, comenzó mi aventura náutica que dejaría atrás Centroamérica y me llevaría a la segunda parte de mi viaje, el continente Sudamericano.

La Roro convertida en moto de agua.
En el mar las horas pasan despacio. Al principio todo es excitación y jolgorio por lo nuevo de la experiencia, el sabor del caribe, las islas diminutas del archipiélago de San Blas y lo pintoresco de los indios Kuna que te piden dos dólares para tomar el sol en sus playas. Pero después, cuando el capitán pone rumbo a Cartagena y el catamarán Santana enfila las aguas del mar abierto, las cosas cambian. La excitación se torna en tedio. La mar, en infinita. El tiempo, cansino. Para vencer la monotonía me entretengo tomando las mil y una fotos de las mochileras en bikini que, por una vez en todo su viaje, huelen decentemente después de untarse indiscriminadamente de crema de protección contra el sol. Cuando me canso de jugar a fotógrafo del Playboy me dedico a intentar ligar con la que me resulta mas apetecible, aunque esto por supuesto cambia a medida que los días pasan. Es bien sabido entre los hombres que el atractivo de una fémina es directamente proporcional al tiempo que pasas con ella en un lugar aislado. Es decir que, después de tres días de reclusión en el barco, cualquier pedazo de carne con dos tetas se convierte en Miss Universo y puebla los sueños húmedos del mas duro de los marinos. Mas aún cuando, como fue el caso, la señorita goza de un evidente parecido a una de mis musas de todos los tiempos, Sue Lyon, la famosa Lolita en la versión cinematográfica que Kubrick realizó de la novela del gran Nabokov. 

Sue Lyon, "Lolita".
Jugando a ser "Humbert Humbert", "Don Solaris Don Solaris" lo tuvo complicado para seducir a esta moderna nínfula del siglo XXI, que si bien estaba bastante mas crecidita que mi adorada Dolores Haze, compartía con ella una encantadora inmadurez post-adolescente y el gusto por los chupa-chups y las piruletas de colores. Confirmando evidentes clichés de Lolita consentida, que provocaron que hasta el mismo Vladimir se revolviese en su tumba, esta Dolores holandesa me maltrató durante un par de noches dejando que la tocase un poco pero no demasiado. Cuando me harté del jueguito, y una vez agotado el entretenimiento esencial de la fotografía de bikini, no me quedó otra que sentarme y observar el firmamento. 

Centrar en un punto lejano la vista, y el silencio, es la mejor manera de encender el mecanismo que cierra el presente para transportarte al pasado. Ah, la memoria, esa grandísima golfa que siempre aparece para terminar de joderte el día. La memoria es como una puta barata francesa. Puta, por el corto placer que te da y la larga desolación que le acompaña después. Barata, porque no hace falta mucho para que se presente. Y francesa, a riesgo de ofender a nuestros vecinos del norte, porque huele a limpia pero está mas sucia que mis pantalones después de dos meses de viaje sin que toquen otro agua que las lluvias del caribe. 

Cinco días en el mar.
Durante estos cinco días de navegación esta malnacida profesional de la lujuria y las lágrimas se ha presentado mas de una vez a hacerme compañía. La memoria, quizá a modo instintivo de conservación, rara vez trae recuerdos negativos. Como buena profesional del placer, siempre viene cargada de recuerdos entrañables y amorosos. Y los pocos traumáticos que lleva los modifica suficientemente para convertirlos en poco mas que anodinos, aburridos. Pero la mayor parte del tiempo te visita con los brazos cargados de imágenes del pasado que, por el mero hecho de pertenecer al pasado, son mejor acogidas y mas valoradas que el presente. Todo el mundo sabe que tiempos pasados siempre fueron tiempos mejores. Es la manipulación de los recuerdos que hace la fulana de la memoria, convenciendo al portador de que el presente nunca es tan bonito, tan feliz, tan entretenido ni tan divertido como el pasado. Hasta los momentos mas jodidos de tu vida se recuerdan con cierto toque de nostalgia y romanticismo, Bueno, al menos a mi me pasa, pero también es cierto que yo estoy un poco mal de la cabeza. Sin llegar a extremos, diría que funciona así en la mayor parte de la gente. Esto no suele ser un problema en la vida diaria porque uno está demasiado ocupado en no llegar tarde al trabajo, soportar las idioteces del jefe y los compañeros del curro, aguantar el mal olor de los pobladores del metro de vuelta a casa, alimentar a sus crías y perder unas cuantas decenas de neuronas frente al televisor. Pero si tienes tiempo para no hacer nada -que básicamente es lo que se hace en un barco cuando uno viaja como huésped- entonces la visita al burdel de la memoria es casi constante. Y digo "casi", porque hasta la mas refinada prostituta se retira cuando no queda dinero para pagar sus servicios. Y, a mitad de camino, mi mente se quedó sin fondos para alimentar la avaricia de la cortesana de los recuerdos. Es entonces cuando pensé en la frase del señor Trecet "Busca la belleza…"

Y me di cuenta de que llevo buscando la belleza desde mis insufribles años adolescentes, y en todas sus formas. He buscado la belleza en el audiovisual, de ahí mi pasión por el cine y mi profesión. La he buscado en la música, y por eso aprendí a tocar el piano y a rascar malamente la guitarra. Busco la belleza también en el arte, y de ahí mis dos años de trabajo en el documental sobre el maestro Julio Alpuy, que todavía busca distribución. He buscado la belleza siempre en la mujer, un ser que me fascina por dentro y por fuera, y al que debo mi afición por la infidelidad, sueños rotos y algún que otro tatuaje. Y sobre todo, busco cada día la belleza en la carretera, encima de la moto (Roro, ser especialmente bello al que adoro). No confundamos por favor "belleza" con "felicidad". La belleza es algo tangible que se percibe con los cinco sentidos. La felicidad es un estado alterado de conciencia que no nos deja pensar ni analizar la realidad en la que vivimos. Es por eso que los gobiernos siempre le dieron al pueblo herramientas para ser felices y así poder manipularlo, pero esas herramientas nunca fueron demasiado bellas (Ni los gladiadores romanos ni las telenovelas son espectáculos que yo calificaría como "bellos"…)

Pero buscar no es encontrar. Ya lo decía un anuncio de televisión de los años 80, en el que una tipa embutida en un traje de cuero se apeaba de la moto -coincidencias de la vida- y, bajándose un poco la cremallera del escote, decía algo así como "Hay algo mejor que buscar: Encontrar". Nunca se supo realmente que buscaba esta mujer encuerada y la relación de su plástico encanto con el perfume que vendía el anuncio, pero la premisa quedaba clara: Buscar mola, pero encontrar es la hostia. En algunos momentos he encontrado la belleza. Han sido sin embargo momentos aislados, fugaces. Pero fue en ese catamarán, en medio de la nada, sin tierra a la vista y todo el pasaje durmiendo, que la belleza que encontré fue mas patente, mas cercana, mas un estado de "ser" que un estado de "observar". Una especie de Nirvana, que dirían algunos. La última vez que sentí algo así fue en el desierto del Sahara, también un mar, pero de arena. Cuando por fin arribamos a las costas de Cartagena de Indias, observé en la tripulación de mochileros y moteros una tonificante felicidad por llegar a tierra firme. Incluso mi Lolita dejó de mascar chicle por unos momentos. Pero para mi, después de cinco días de paz en el mar fue duro llegar a la civilización. Ruido, tráfico. Putos taxistas que tocan el claxon como si les fuera la vida en ello. Gente, muchedumbre de turistas y locales caminando quien sabe a donde. A las dos horas de llegar ya estaba echando de menos el mar. Quise salir echando hostias de ahí para, si no encontrarme de nuevo en la quietud de alta mar, por lo menos estar rodeado de montañas en la carretera abierta. Desgraciadamente por ser Nochebuena no pude sacar el seguro obligatorio para la moto -gran negocio de los países centro y sudamericanos- y por lo tanto tuve que quedarme a la fuerza en dique seco. Es curioso como puedo ser tan social y a la vez no aguantar a la gente. Disfruto en la moto cuando no hay nadie a mi alrededor, cuantos menos coches mejor, si es un desierto perfecto. El mar tiene todo lo perfecto que puede tener una carretera en el desierto, con la ventaja de que no tienes que andar preocupado por quedarte sin gasolina. Por supuesto esto es el punto de vista romántico de la navegación, la realidad es bastante mas dura. Pero lo esencial, lo que mas me sedujo de esta experiencia, es que en mar abierto no tienes que buscar la belleza, porque ya está ahí, delante de tus ojos. Será que en vez de motero debería hacerme marinero?

En cualquier caso, abandoné el medio acuático y estoy otra vez en la carretera, otra vez buscando la belleza. Con el tiempo he entendido lo que Trecet quería decir y lo equivocado que estaba yo cuando lo consideraba incompatible con su profesión de comentarista de la NBA. Porque todo aquel que ha visto a Jordan volar ha visto la belleza. Por no hablar de los pases de Magic o los ganchos de Abdul Jabbar. Al final y muy en contra de mis principios voy a tener que escribir algo relacionado con el año nuevo, me jode pero es lo que me sale ahora mismo: Si has tenido la paciencia de leer hasta aquí, creo que tienes la paciencia necesaria que requiere la búsqueda de esa belleza de la que hablaba Ramón en Diálogos 3, y te animo a encontrarla en este año que entra el 2013. Y así el mundo será un poco menos asqueroso y la puta de la memoria no te hará visitas tan frecuentes. En suma, que disfrutes del presente, que al fin y al cabo es lo único que existe, aunque nos pese.

Don Solaris, marinero.


Al timón.










Una soga.

Fantasías caribeñas.


Perfecto para un anuncio de cerveza.


Bikinis y mochileras.




Gilberto, el capitán. Una sonrisa con buen y mal tiempo.


Belleza doble: Mujer en primer término, Darién al fondo.

Un sueño para Humbert Humbert.




Otro.

Y otro.


La tempestad se acerca, pero el Santana aguanta lo que le echen.

Dandole la espalda al tapón del Darién.

Lolita llegando a Cartagena de Indias.


Con Gilberto a la llegada a Colombia.

Eso sí es un traje de lluvia y no mi chupa de moto.




Lo que me jode que me hagan una foto y salga mejor que la que estoy haciendo.


Roro preparándose para zarpar.

Ya perdí una GoPro, así que vamos a ver si pierdo la segunda.



"Busca la belleza, es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo"






2 comments:

  1. Gracias, que gran post. Si puedes traeme de colombia una cajetilla de apache, coño como se llama.... es un tabaco sin filtro que sale un indio... ah! piel roja, una cejetilla de piel roja. Releeré este post con el suave crujir de un pitillo sin filtro.Guillemo

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  2. Muy bueno, a mi me llevo a ese mismo punto una cancion de Aute mas o menos por la misma epoca y en esas estoy tambien, buscando la belleza.
    Alberto

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