Wednesday, January 23, 2013

Dios vive aquí.


Entrar en Perú desde Ecuador, y mas aún habiendo cruzado Colombia primero, es como una patada en los cojones. Para que las féminas lectoras lo entiendan, puesto que afortunadamente para ellas no pueden ni imaginar lo que significa un puntapié en nuestro sagrado escroto, diría que es algo parecido al sufrimiento menstrual. Claro está que esto no es sino una atrevida especulación por mi parte, pues nunca he sabido ni sabré lo que se siente cuando los ovarios que no tengo, ovulan. En cualquier caso, el dolor es universal y todos/as sabemos lo que es. Pues bien, dolor es lo que uno siente cuando entra en Perú, no tanto al otro lado de la frontera, sino unos 100km mas adelante, cuando las montañas se rinden a la supremacía del desierto. Unos 1000 kilómetros de dunas separan la ciudad de Piura, en el norte del país, de la capital, Lima. El desierto, ya lo he dicho mas de una vez, me fascina.

De Piura a Lima, 981km de arena.
Ayer paré en una gasolinera en medio de la nada y un policía aburrido, al que saqué de la siesta del carnero -la de antes de comer- me hizo el interrogatorio al que ya estoy excesivamente acostumbrado: de donde vengo, a donde voy, no tengo miedo de viajar solo, etc… y acabamos hablando de lo magnéticamente interesante que puede llegar a ser el desierto. Tan inhóspito como atractivo. Tan hostil como acogedor. Una tierra que mata, pero cuyas víctimas mueren en paz. Un lugar de extremos, y teniendo en cuenta que todo extremo me seduce siempre y cuando el hermano opuesto vaya de su mano, soy un hombre feliz cuando estoy en el desierto. Esta felicidad, se preguntará el lector avispado, no tiene mucho que ver con el dolor de cojones-ovarios del que hablaba antes. No, el puñetazo en la nariz del alma no me lo propinó el desierto, sino las comunidades que lo pueblan. La ruta panamericana se deleita atravesando decenas de pueblos en su camino hacia la capital. "Pueblos", claro está, es un vergonzoso eufemismo que debo usar para definir de una manera políticamente correcta lo que de otra manera serían vertederos de basura con gente viviendo encima. Jamás he visto lugares tan insalubres como los que he atravesado en los últimos dos días. Por supuesto que tengo la suerte de haber nacido en el primer mundo en España, lo que significa que la ciudad mas repugnante que nunca visité en las vacaciones de Verano fue la decadente Benidorm, pero aún así tengo suficiente juicio como para saber cuando una tierra en particular es un lugar donde no se debería vivir.  

La basura es la reina de estas ciudades, inundando las calles y los arcenes de la carretera. Cada vez que me acerco a una población un espantoso olor a podrido se cuela en el casco, incluso con el visor cerrado. No es sólo la basura, sino el hedor proveniente de las chimeneas de las fábricas que rodean estas ciudades. Las casas, de adobe o similar, en un estado permanente de semi-construcción, no tienen cristales en las ventanas, por lo que deduzco que el perfume a muerte se queda permanentemente a vivir en las viviendas. "Viviendas" es un término muy generoso aplicado a estas lamentables construcciones, porque la única razón de llamar a estos indecentes agujeros "Viviendas" es que hay gente que vive en ellas. Mas que vivir, supongo, subsiste… Subsiste en un mundo de deshecho y desperdicio, en un basurero en el que el insufrible olor a podrido solo se ve mermado por el viento y la arena del desierto, a veces.


Lo que hace todavía mas surrealista la escena es la presencia de "Dios" en las pintadas en las paredes, suelo y hasta en la falda de algunas montañas. "Cristo me guía"…. "Dios es mi salvador"…"El Señor es mi pastor"…"Dios vive aquí"… Incluso hay poblados cuyo nombre oficial, bautizado por el alcalde de turno mediante cartel megalómano plantado a la entrada del camino de cabras que hace las veces de calle principal, es "Ciudad de Dios" o similar. Esta omnipresencia de la divinidad cristiana me hizo cuestionarme un par de cosas relativas a la religión y a los lugares donde nuestro colega Jesús de Nazaret decide pasar sus bien ganadas vacaciones.

Tras varios viajes y dos años grabando reportajes para un canal de televisión católico he llegado a la conclusión de que la presencia de Dios es inversamente proporcional al crecimiento relativo de la cuenta bancaria del devoto feligrés. Esta afirmación es por supuesto una generalidad y como tal odiosa pero no por ello necesariamente menos cierta. En palabras menos ociosas: Cuanto menos dinero uno tiene, más necesaria es la presencia de Dios en su vida. No es una cuestión de dinero, claro, pero sí una consecuencia de su falta. Cuanto menos capacidad adquisitiva, menos salud, menos comida, menos felicidad. Y cuanto menos felicidad, mas necesidad de esperanza. Y la esperanza, cuando ya no queda nada para mantenerla, solo se sustenta de aquello que, pase lo que pase, siempre está ahí: Dios. Y de la mano de Dios viene la vida después de la muerte. Si esta vida es una mierda y apesta, la vida en el cielo será todo lo contrario. "Bienaventurados los pobres porque de ellos el cielo será", dice mas o menos la Biblia. En otras palabras: "No te preocupes mucho aunque tu vida sea un asco y te mueras de hambre y vivas en un vertedero, pues ya verás la vidorra que te pegarás en el cielo…" Suponiendo que Jesús existiera, y que verdaderamente dijera lo de "bienaventurados"…, me niego a creer que su intención fuera el reprimir a las clases pobres. El Jesús que me imagino estaba mas preocupado por dar clases de humildad que por mantener al pueblo contento en su miseria. Esto, claro, es mi idea. La iglesia Católica suele interpretar la Biblia de otra manera. Gracias a siglos de represión, las palabras que Jesús utilizó para que entendiéramos que la humildad es importante se han convertido en vías de manipulación de la clase pobre y en especial del tercer mundo, consiguiendo que se refugien en la religión como única manera de aceptar su situación de pobreza, esperando que algo mejor vendrá después. El Jesús que me imagino no era un tipo debilucho y fofo, y no ponía la otra mejilla sino como metáfora. Han pasado mas de 2000 años desde su muerte y si el hombre levantase la cabeza hoy (pero esta vez de verdad) se volvería corriendo al lado de su bonita -y algo ligera de cascos- madre. 

La cuestión en estos días y en estos países no es creer o no creer en Dios. Es necesitar a Dios o no necesitarlo. El ateísmo es un privilegio del primer mundo, un bien de las clases pudientes. La creencia en la ciencia y en la medicina solo sirve si te puedes permitir un seguro médico y la educación necesaria para entender las conclusiones del genio pirado de Stephen Hawkins. Pero cuando vives en estas "Ciudades de Dios", la religión no es una opción, es una necesidad. Es la eterna paradoja del creyente: Dios es amor y todopoderoso, y sin embargo cuanto mas nos abandona y nada hace para evitar nuestras desgracias, más lo necesitamos y más creemos en él. Sólo el hombre culto y racional duda.

Tomas Ericsson en "Winter Light".
El gran cineasta Ingmar Bergman, maestro en la expresión de la incertidumbre religiosa y la soledad del agnóstico, pasó en los últimos años de su vida de desear creer a prácticamente estar seguro, pero fue a través de eternos periodos de reflexión y el conocimiento de que el final de su vida estaba cerca lo que le atrajo a la idea de Dios como algo mas posible, mas patente. Aún así, la idea de Dios nunca estuvo cimentada en él como lo está en la gente que verdaderamente necesita creer, pues de otra manera la vida sería tan dura que no merecería la pena vivirla. 

La duda no cabe en estas "viviendas", pues ésta es sembrada por la reflexión, y no hay demasiado tiempo para reflexionar cuando uno está pensando en como estirar el desayuno para que llegue a la cena y los niños no se vayan a la cama con el estómago vacío. Parado en un semáforo vi a uno de esos niños, de la mano de su madre. Como observador me sentí avergonzado de mi presencia allí. Yo, con mis problemas del primer mundo, pasando con mi moto por la tierra que Dios olvidó a pesar de que lleva su nombre. Don Solaris se gasta en un día en gasolina lo que una de estas familias en comer toda la semana. Don Solaris se pregunta donde cenar esta noche y el paradero de una lavandería donde dejar sus ropas a lavar. Esta familia se puede permitir un plato de comida, a veces, y secar su ropa al aire de los efluvios de la depuradora química que impregnan la atmósfera del pueblo. Mientras Don Solaris se asquea de la presencia eterna de la basura en la calle, los niños de esta familia juegan a ser marineros en un bar de desperdicios e inmundicias. Don Solaris se puede permitir ser un ateo redomado y sarcástico. Ellos… no tanto.

Acelerando a la Roro pues todavía me quedaban 400 kilómetros de desierto para llegar a Lima, me alejé de la madre y su hija y de la pobreza y la desolación de esa ciudad llamada "Valle de Dios". Diría que me alejaba también de Dios, si no fuera porque estoy convencido de que, sin lugar a dudas, Dios no vive allí.


Pues eso, bienvenidos y a disfrutar.

Al fondo, en la neblina de la quema de basura, una cruz.

Por qué me has abandonado?

Dejando atrás el Valle de Dios.



5 comments:

  1. La verdad que es duro ver esa realidad. Estoy de acuerdo contigo cuando dices que el ateísmo es un privilegio del primer mundo. El tan solo cuestionarse y razonar es un privilegio del primer mundo. Comparar nuestras preocupaciones y angustias con las de los más necesitados siempre transforma la percepción de la vida. No tengo ni idea cómo regresarás a trabajar con la iglesia después de estas experiencias. Creo que fue en "El Banquete" de Platón que lei que lo complejo está en remplazar la religión por otra cosa que cumpla su función para las masas: esperanza.

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  3. El mes pasado, durante época de Navidad, intenté tomármela más suave y no cabrearme demasiado. No era mi intención reconciliarme con la Navidad, pero sí quise ver algo más bonito o positivo en la energía que la gente le mete a esta época del año. Me quedó claro que las distintas formas de celebrar esta fiesta giran alrededor de la Esperanza. La esperanza de que un bebé, indefenso y frágil, contenga la salvación, la redención de un pueblo. La esperanza de que portarme bien valga la pena porque un hombre sonriente y bonachón se entera de mis esfuerzos y se toma el trabajo de recompensarme y comerse las galletitas que le dejo al lado del árbol. La esperanza de que al menos un día al año no va a haber grandes tragedias, las familias pondrán de lado sus pugnas y se darán un abrazo mientras comparten algo de comer, aunque no haya regalos.

    La idea es linda, pero para esto hay que creer. Creer en Dios o en el ser humano. Y como dice WHA, es difícil encontrar esperanza fuera del contexto religioso.

    No te sientas culpable de andar comodito en tu moto dándote un paseo, porque tú no estás recorriendo estos lugares como un mero espectador o porque están de paso al aeropuerto. Te afectan y te hacen reflexionar. Habrías podido escoger una playita con spa, pero preferiste conectarte con el continente Americano y confrontarte con tu propia humanidad, con la suerte que te tocó. Eso también requiere cojones.

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    1. Wine Didi, siempre con las palabras y el vinito perfecto para hacerme sentir persona otra vez. Cada navidad te cabreas menos, como yo. Debe ser que finalmente estamos madurando, o nos importan mas otras cosas. Te llamo pronto y hablamos

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  4. si, podría compararse con un dolor menstrual(el pasar de colombia a perú no lo de la patada en los cojones). Interesante reflexión sobre el ateísmo

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